La plaza de día. La plaza de noche.
La plaza ajetreada. La plaza inmóvil.
Si uno se pone a pensar, la plaza es casi un organismo vivo. Nace cuando la inauguran, y vive por décadas, quizás un siglo o dos. Podemos ver en las plazas el correr del tiempo y las estaciones. Podemos estar tomando un helado en verano, o un café calentito en invierno. Pisar las hojas que caen de los árboles en otoño, o tomar sol en primavera (no es particularmente mi caso).
En fin, la plaza es un ente que compone nuestra sociedad y que nos acompaña desde que somos chiquitos y andamos en bicicletas alquiladas y jugamos al fútbol, pasando por nuestra juventud y adultez, compartiendo lindos momentos con una persona preciada, llegando a nuestra vejez sentaditos con bufanda y emponchados hasta las orejas solos o con alguien más viendo como se vuelve a repetir el ciclo con los niños que corren por ahí.
Disfrutemos más de las plazas, disfrutemos más de los espacios abiertos y verdes que nos demuestran que todavía hay cosas que sobreviven a nuestra destructiva manera de ser. Démosle el reconocimiento que se merecen. Aprovechemos. Vivamos.
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